En el número 530 de un conocido barrio de mayoría musulmana
de Duala, en una pequeña casa de paredes verdes y cortinas estampadas, el
subconsciente de una familia espera el regreso de un hijo que, según les dicen,
está enterrado hace tres años en un nicho sin nombre en Ceuta.
Aunque repitan los hechos en su mente, aunque recuerden la
fotografía de un cuerpo que parecía ser el de Oussman y vean de nuevo los
disparos de pelotas lanzadas en la frontera española, esa sensación no
desaparece. "Si no has visto dónde está enterrado, ni el lugar en que
murió, te llegas a plantear que no haya muerto. Que algún día vuelva",
dice su hermano junto a su madre. Para ellos, la justicia pasa por ver la tumba
de Oussman e identificar sus restos mortales.
Muy cerca, a escasos cinco minutos en coche, una madre lucha
por mitigar el dolor que le impide hablar de su niño sin romper a llorar. Abre
la puerta enérgica; su actitud transmite fortaleza y cercanía, pero su
vitalidad parece desmoronarse cuando menciona a Daouda. "¿Sabes? Las
palabras muchas veces no salen. Hay que calmar el corazón para poder intentar
decir algo", dice en un sofá estampado, mientras se esfuerza en frenar el
llanto y secar sus lágrimas con discreción.
Para ella, la justicia es cerrar una etapa, es sentir una
tranquilidad que le permita el recuerdo sin sufrimiento.
La fotografía de Bikai Luc Firmin reposa sobre la misma
televisión por la que, hace tres años, su padre se enteró de la muerte de
varios migrantes en la frontera de Ceuta. "En ese momento no pensé que
estuviese mi hijo entre esos chicos", recuerda el camerunés. Sentado en el
salón donde creció el joven de 21 años fallecido entre material antidisturbios,
se imagina en la playa del Tarajal. Para él, la justicia es apuntar a los
responsables, pero también recoger un poco de arena de la frontera española,
meterla en una botella y regresar a Camerún. Esparcirla junto a su casa. Sentir
cerca a Bikai.
A 5.500 kilómetros de la frontera donde murieron sus hijos
hace tres años, varias familias de las víctimas del Tarajal trabajan
organizadas para alcanzar lo que cada una de ellas entiende por justicia.
Aunque el origen de muchas de sus reclamaciones es común: el Estado español.
El caso de las muertes de Ceuta, reabierto recientemente,
investiga la posible responsabilidad de la Guardia Civil en la muerte de sus
seres queridos. Todos los cuerpos hallados en España fueron enterrados sin
nombre 24 horas después de su localización. De ellos, solo uno ha logrado ser
identificado años después. Después de que ninguna autoridad española se pusiera
en contacto con los familiares, ellos se organizaron para viajar a Ceuta y
acelerar el proceso. Pero tampoco sirvió: el Ejecutivo denegó sus visados. Su
camino hacia la reparación se choca con obstáculos levantados muy lejos de
Duala.
"La reapertura de la investigación nos aporta esperanza
después de un tiempo en el que parecía no pasar nada", explica la madre de
Daouda. "Esto nos da ganas para seguir. Nos transmite que hay gente en
España que nos apoya y piensa que la muerte de nuestros hijos también es
importante", añade el padre de Bikai. "Confiamos en avanzar para
pasar esta etapa", sostiene la familia de Oussman.
"Olvidan que son personas y que estamos aquí"
Es aquí también donde los fallecidos construyeron una vida
antes de añadir a sus nombres el apellido de "inmigrantes". Como
"el don" de Oussman. Antes de tratar de llegar a España de forma
irregular, antes de atravesar varios países para lograr nuevas oportunidades en
Europa, Oussman tenía dos pasiones en Camerún: el fútbol y la costura.
Abdou lo recuerda en el salón donde tantas veces aconsejó a
su hermano pequeño: "Cuando tuvo que dejar las clases –por los problemas
económicos–, le recomendé que el fútbol no era una garantía, que en la vida hay
que tener un oficio. Fue a negociar con un maestro costurero para comenzar a
trabajar mientras aprendía". Enumera cada hito de su hermano: el primer
pantalón, el primer traje, las primeras túnicas tradicionales. "Como todo
niño, se distraía y dejaba la costura para jugar al fútbol, pero le ayudamos a
concentrarse en ello. En un año y dos meses aprendió todo".
Por eso, admite, a Abdou le cuesta entender por qué su
hermano decidió recorrer el camino a Europa. "Quería buscarse la vida por
su cuenta", reconoce, sin esconder cierto resentimiento ante una decisión
dolorosa. La rabia se dispara al hablar de la respuesta de los agentes
fronterizos españoles.
"Comprendemos que España tiene un territorio y que
tiene que defenderlo. Entendemos que se le envíe a su país, pero cuando alguien
entra en el territorio y, en vez de devolverle, se le dispara –pelotas de goma
–, esto es totalmente inhumano", añade el tío de Oussman, quien ha viajado
de Gabón a Duala para estar presente en el homenaje a su sobrino.
El padre de Bikai sonríe con ternura cuando describe a su
hijo mayor. Gira la cabeza a la derecha y observa con media sonrisa la
fotografía que corona el salón de su casa. "Mi hijo era muy vital, muy
inteligente. Quería estudiar para militar y yo creo que podría haberlo
conseguido".
Le cuesta responder a la pregunta de por qué se fue. No lo
sabe. "Imagino que porque soy pobre. Cuando murió su madre, cambió. Muchos
niños que pierden a su madre toman decisiones repentinas, quizá por
rebeldía", señala con cierta tristeza.
El hombre camerunés se levanta y toma una pequeña caja en la
que guarda decenas de fotografías de su esposa y de su hijo, ambos fallecidos.
Las distribuye por la mesa y las mira con orgullo: "Sí, es él con su mamá",
dice señalando una de ellas. "Este fue su primer día en la
guardería"; "Mírale aquí", añade entre risas.
"Mi esposa murió en 2010; cuatro años después, Bikai... Nos quedamos solos. Debo ser fuerte por el pequeño. Por eso creo que no me ha entrado una enfermedad. Con tanto dolor... a veces es muy difícil", confiesa el camerunés, presidente de la Asociación de las Familias de Víctimas del Tarajal.
Su hijo menor, de 17 años, aparece por la puerta después de jugar un partido de fútbol. Se sienta a su lado. "Bikai decía que cuando llegase a España iba a pagarle los estudios", dice bajando un poco la voz. "Yo ahora temo que algún día él también me llame un día de repente diciendo que empieza la ruta".
El padre de Bikai también critica al Gobierno de Camerún por "no hacer nada para evitar" la salida de sus jóvenes. "No hablan de inmigración, ni de sus riesgos. Muchos jóvenes se ven obligados a dejar sus estudios, no hay trabajo".
Pero lo que no es capaz de asumir es la forma con la que la Guardia Civil española evitó la entrada del grupo de personas entre las que nadaba Bikai. Ha visto las imágenes de la actuación policial: "Es muy grave. Mi hijo era un inmigrante, sí. Pero también era mi hijo. Eso parece que se les olvida", dice con serenidad. "He visto imágenes de zoos europeos en los que tratan muy bien a los leones, a los pájaros... ¿Por qué a mi hijo lo tratan así?", se pregunta.
Se les olvida porque, argumenta, "no nos han tenido en cuenta" como familias de las víctimas. "¿Es porque somos pobres? ¿Es porque era un inmigrante? Olvidan que son personas y que estamos aquí", reflexiona. Como todas las familias consultadas, se enfada aún más al recordar la denegación del visado a España para visitar la playa del Tarajal.
"Es algo simbólico, pero me aliviaría. Primero, disparan pelotas a nuestros hijos. Segundo, nos ignoran. Y ahora, hacemos todos los papeles para viajar y verlo con nuestros ojos... pero tampoco nos lo permiten. ¿Qué pasa? Yo solo quiero ir, verlo, sentir calma, y volver a Camerún".
Daouda era de esas personas que prefieren escuchar. Sus amigos destacan su timidez, sus silencios prologongados en los grandes grupos. "Siempre le tiraba de las orejas para que hablase más", recuerda un compañero.
Su madre, sentada en el salón de la casa donde lo crio, no es capaz de hablar de él pero asiente mientras trata de ocultar que sus lágrimas no se agotan. "Antes de irse, trabajaba para la empresa Colgate pero, como el salario era muy bajo, lo compensaba como conductor de moto –en Duala funcionan como taxis – en sus ratos libres", explica su hermano mayor.
Cuentan que antes de decidir migrar por la ruta irregular, visitó una agencia de viajes para tratar de conseguir un visado, pero no cumplía los requisitos. Optó por Ceuta. "Qué decir de la perdida de un hermano, de un pequeño, de un compañero tan pequeño. Perderlo en estas condiciones, sinceramente... Lo único que queremos es que se haga justicia".